Por Rodolfo Acevedo
Archivo: Páginas Locales Chile
Liahona, Octubre 1992
Liahona, Octubre 1992
Cristóbal Colón en su viaje al oeste encontró a un pueblo que lo recibió como a un Dios. “Y creían muy firme que yo con estos navíos y gente venia del cielo”, escribiera en su diario. El propio Colón había sentido arder en su corazón la llama de un fuego divino impulsándolo a realizar la empresa de viajar al oriente con rumbo occidental, empresa ésta descabellada para muchos, ya que significaba navegar con rumbo al mar verde y tenebroso, el mar desconocido.
El padre Las
Casas, contemporáneo de Colón, escribió que “Dios los movía a empeñones y le
mostraba los íntimos secretos de las cosas” (Las Casas, Libro I Cap. XII, Vol.
62, pág. 101).
Por su parte,
el mismo Colón, en una carta dirigida a los reyes Católicos en 1502, les
expresó que “para la ejecución de la empresa de las Indias no me aprovechó
razón ni matemática, ni mapamundi; llanamente se cumplió lo que dijo Isaías”.
(Raccolta, parte I, Vol. II, pág.82).
Las palabras
de Isaías que tanto le impresionaran y que se encuentran en el libro de Isaías
en el Antiguo Testamento son las siguientes: “Acontecerá en aquel tiempo que la raíz de Isaí, la cual estará puesta por
pendón a los pueblos, será buscada por las gentes; y su habitación será
gloriosa”.
“Asimismo acontecerá en aquel tiempo, que Jehová
alzará otra vez su mano para recobrar el remanente de su pueblo que aún quede
en Asiria, Egipto, Patros, Etiopía, Elam, Sinar y Hamat, y en las costas del
mar”.
“Y levantará pendón a las naciones, y juntará a los
desterrados de Israel, y reunirá a los esparcidos de Judá de los cuatro
confines de la tierra”. (Isaías 11: 10-12).
Aun cuando el propósito
declarado de su viaje era abrir una nueva ruta para el comercio de las especias
tan primordiales para la preparación y conservación de alimentos por aquellos días,
Colón sentía arder en su pecho la convicción de haber sido elegido para
realizar una gran obra y como lo expresara Salvador de Madariaga en su libro “Vida del
Ilustrísimo Señor don Cristóbal Colón”, “todo lo que ocurría, todo lo que a él
le venía, se le volvían señales y avisos del Señor”.
Que la figura
de Cristo fuera un eje central en su pensamiento queda atestiguado en las
primeras palabras que escribiera en su diario de navegación, “En el nombre de
Jesucristo”, además la primera tierra pisada por él la llamará San Salvador, la
isla de Guanahani indígena.
Pero Colón no
sólo mencionó a Isaías como fuente de inspiración en sus escritos, sino que también
a Jeremías y a Esdras, agregando también a estas influencias espirituales un
acabado estudio de las ideas de aquellos días relacionadas con la navegación,
ideas proporcionadas por investigadores como Plinio con su “Historia Natural”,
Pierre D’Ailly con su Imago Mundi”, las obras de Ptolomeo y Toscanelli agregando
a ellas sus propias experiencias de navegación oceánica.
Existe también
un poema, o mejor dicho parte de una obra escrita por un poeta y dramaturgo
cordobés, nacido en el año II antes de Cristo, llamado Lucio Anneo Séneca,
quien en su obra Medea, Acto II, escribiera las palabras que provocaron un
fuerte impacto en Colón y un fortalecimiento en su determinación de seguir adelante en su proyecto. Cito a Séneca:
“Vendrán siglos de aquí a muchos años, en que el océano aflojará las
ataduras de las cosas y aparecerá gran tierra o Tifis (la navegación) descubrirá
nuevos mundos y no será Tile la última Tierra”.
Estas fueron las
fuentes que inspiraron a Colón en la vieja Europa medieval y gentil, él nada sabía
de Nefi ni de su profecía, registrada casi seiscientos años antes de Cristo en
el Libro de Mormón y que confirma la razón de su sentimiento de haber sido
escogido para realizar una gran obra.
Nefi había visto
el viaje de Colón y así lo escribió para nosotros hoy día:
“Y mire y vi entre los gentiles a un hombre que estaba separado de la posteridad de mis hermanos por las muchas aguas; y vi que el Espíritu de Dios descendió y obró sobre él; y el hombre partió sobres las muchas aguas, sí, hasta donde estaban los descendientes de mis hermanos que se encontraban en la tierra prometida”. (1 Nefi 13:12).
Para los
Santos de los Últimos Días, y a la luz de esta profecía, la celebración de los
quinientos años del descubrimiento de América adquiere un carácter muy
especial, ya que este viaje fue la llave que abrió la puerta para los hechos que
culminarían en la restauración del evangelio de nuestro Señor Jesucristo en esta
la última dispensación. Colón fue el hombre sobre quien descendió el Espíritu
de Dios, navegó sobres las grandes aguas y un día 12 de octubre de 1492 tuvo a
la vista esta tierra bendita, la tierra de promisión de nuestros antepasados.
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